“Una docente de la UTP le dice “Ave de carroña” en redes sociales a una mujer política no petrista de Pereira. La mujer política se queja ante la oficina de control disciplinario. Casi dos años después, el caso es archivado sin un llamado de atención a la docente. Ninguna feminista, ni político de la región se pronunció sobre el caso”

Hace dos años dejé de salir a las marchas de las mujeres. Ya no me siento representada en ellas. Y no, no dejaré de defender y trabajar con enfoque de género para avanzar en un mundo más equitativo y menos violento para nosotras, todas. Pero ya no me identifico en las marchas. Las arengas contra la policía, el vandalismo al espacio púbico, el silencio conveniente sobre la violencia política contra las mujeres de centro – derecha – ejercida incluso por las mismas mujeres- me alejaron del activismo en las calles.

Mi decepción por los colectivos feministas de izquierda de mi ciudad va más allá de mi experiencia personal en la política, de la cual he dado un paso al costado. Mi decepción es ver referentes feministas de mi departamento calladas sobre la mutilación genital y violencia que sufren las mujeres indígenas, calladas sobre la violencia de género en manos de políticos de izquierda y calladas frente a los ataques que sufren las mujeres políticas sólo por no ser petristas o “feministas de pura sepa”.

Mi decepción por los colectivos feministas de izquierda en Risaralda es por el poco interés por verificar las rutas de Violencia de Género de la Universidad Tecnológica de Pereira, por su pasividad cuando les incumplieron la creación de la Secretaría de la Mujer y casa refugio desde la gobernación a pesar de haber votado por el gobernador de la época, por su conformismo con la implementación de políticas de mujeres que se quedan en talleres y encuentros con bajo presupuesto, mientras las cifras de violencia y feminicidio es de las más altas del país y por su crítica constante a la fuerza púbica, sin exigir a los políticos por los que votaron que las políticas de seguridad ciudadana y orden público tengan enfoque de género.

Pero tal vez, lo que más me decepcionó de estos sectores fue ser testigo de la manera ideologizada y cálculo electoral con la que se aborda la defensa de los derechos de las mujeres violentadas. Pareciera que las mujeres -de estratos altos, empresarias o políticas de derecha, mujeres de la fuerza pública, mujeres indígenas, mujeres campesinas y afrodescendientes invisibilizadas en las políticas productivas, mujeres abusadas por sindicalistas, por docentes, por políticos de izquierda o víctimas del conflicto a manos de la guerrilla- no fueran objeto de sus luchas. Para ellas no hay plantones, no hay marchas, no hay comunicados, no hay indignación. Eso si, en época electoral, son implacables con las mujeres candidatas y se les ve fácilmente al lado de candidatos hombres que nunca abordaron o abordarán los temas de mujeres más allá de la campaña o de un interés personal.

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