El Hay Festival es un evento que si bien ocurre en Colombia, también ocurre en otras
esferas. Lo hacen en Cartagena, los eventos son distinguidos, los invitados aún más. Hablan expresidentes, canta gente que uno no conoce y en medio de eso, hay libros. El caso es que para el próximo número, la escritora Laura Restrepo decidió escribirle a la directora del festival para decirle que siempre no va, que muchas gracias por todo, que tan amigas como siempre, pero que ya no cuenten con ella porque invitaron a María Corina Machado, reciente ganadora del Nobel de Paz y una defensora de la invasión de Estados Unidos a Venezuela como salida al régimen de Maduro, justamente esa postura de la novel Nobel, si se me permite la cacofonía, fue lo que desencadenó este affaire en que otros dos escritores se han sumado; a la sazón, Giuseppe Caputo, también colombiano, y la dominicana Mikaelah Drullard. Muchos han salido a decir que todo mal con Laura porque no permite el diálogo con María Corina, que cercena la posibilidad de ideas, de confrontación en escenarios propicios para someter las tesis, y cuestiones por el estilo, que lo de Restrepo son medidas lesivas para un mundo tan moderno y cordial como es la cultura y las letras, a mi parecer, críticas de una tibieza insondable, porque lamentablemente, la cuestión no es tan peregrina. Cualquiera sea el espacio donde una persona, sea Machado o el vendepatria de turno, tenga la posibilidad, por remota que sea, de replicar una idea tan peligrosa como irresponsable que es la invasión a un territorio, no puede permitirse bajo ningún parámetro ni puede plantearse como un simple planteamiento que debe ser sometido a discusión, porque sencillamente no tiene discusión ni asidero bajo ninguna perspectiva. Como historiador que dicen que soy, no conozco una invasión buena en la historia reciente y absolutamente todas han traído consigo ruina y muerte, simple, no digamos una invasión a un país vecino y con el que compartimos la frontera más extensa. Lo que ocurre en la actualidad se sopesa con lo que ocurrió en su momento en Europa, cuando el discurso de un señor de bigote particular «apenas» era una idea suelta pergeñada para calar en las conciencias de una Alemania derrotada y que luego se materializó en campos de concentración y otras miserias; frente a eso, Karl Popper, un pensador fundamental del siglo XX, planteó la paradoja de la tolerancia, donde se preguntaba si se debía ser tolerante con los intolerantes, y su respuesta fue tácita: NO. Porque el intolerante va a terminar acabando con todo si se le permite y no se puede caer en su juego, ni en Cartagena, ni en un festival, ni en ningún lado; prestarse para otras acciones es darle juego a una geopolítica invasiva que está menoscabando la autodeterminación de los pueblos en pro de intereses nada filantrópicos que, por el contrario, responde a un plan que otrora devino en dictaduras como las de Chile y Centroamérica.
Cartagena, Popper y María Corina

