Credit: Christian Orrego

El 21 de abril fue quizá un domingo cargado de muchas emociones en el país, lleno de eventos que impactaron significativamente la atmosfera emocional de nuestro territorio, hubo clásico paisa, Megadeth se presentó por sexta vez en Bogotá y de nuevo una ola de manifestantes se volcó a las calles, para alzar su voz, apoyándose en su derecho a la protesta.

 Aunque un tanto cargado de ironía porque quien ahora hace las veces de oposición, en algún momento ondeaba banderas que decían “yo no marcho, yo produzco”, pero ese tipo de ironías pasan a otro plano, sabiendo que lo importante fueron estas movilizaciones.  

Si bien es cierto, que el primer gobierno progresista no ha cumplido con las expectativas al punto en que algunos, menos salpicados por el fanatismo político lo catalogan como mandato decepcionante, se pueden reconocer algunos cambios.

 Las manifestaciones de ayer fueron realmente un éxito desde puntos de vista contrastantes, el primero, la oposición pudo manifestar su inconformismo con “éxito”, pero, esto último es gracias a los cambios evidentes en las directrices sobre el actuar de la fuerza pública.

La historia de nuestro país esta escrita en sangre, aunque para algunos sea difícil de reconocer, una situación que no es ajena a las movilizaciones, ejemplo de esto pueden ser la movilización que termino en masacre en 1954 o la cantidad de desaparecidos, heridos y muertos durante el estallido social del 2021, solo por mencionar un par de una larga lista.

 Entonces, el presenciar unas protestas donde estas situaciones tan lastimosas no se han presentado, deja en evidencia, primero, a los gobiernos por criminalizar además de estigmatizar la protesta respondiendo ante esta con acciones violentas, segundo, desmentir las ideas de quienes ahora como oposición veían en los manifestantes una jauría de criminales puesto que, ahora ocupan un rol distinto en la discusión, tercero, es posible cambiar las directrices para controlar las manifestaciones, cuarto, quizá lo más importante, Colombia puede dejar de ser un país violento.

Ahora bien, esto parece maravilloso, hasta cierto punto, porque la inexistencia de un pliego donde se condensen los pedidos pone en evidencia un hecho diciente: no hay proposición por parte de los manifestantes para solucionar o exigir derechos, esto ultimo resulta muy extraño, sabiendo que es un principio de las manifestaciones, luchar o encender la búsqueda, por un reconocimiento, o la reivindicación total de los derechos. 

Así que, el fin de semana se resume en la necesidad de atención, puesto que lo más satisfactorio opacar el reconocimiento al trabajo de aquellos que organizan la FILBO (o al menos así lo hicieron parecer), que por coincidencia o no, en estas fechas recordamos la muerte de aquel que retrato a Colombia en un pueblo ficticio como macondo, pero paradójicamente, como bien se sabe, distaba mucho de ser ciencia ficción. 

Por último, cabe aclarar lo desagradable que resulta ese afán de de protagonismo por parte de quienes están haciendo las veces de oposición. Ahora, un poco lejanos del poder, lo ultimo que quieren, evidentemente, es encontrarle solución a los problemas sociales, solo acaparan la atención con un discurso malicioso, pretencioso y dañino, un discurso ad hominem, donde el problema de fondo (para ellos) no es como se esta realizando el ejercicio de poder (por desgracia), sino por quien lo sostiene, pues la mayoría de estos “afectados”, no han visto deteriorados sus índices de vida por las decisiones de aquellos que hoy se encuentran encargados del Ejecutivo. 

La única conclusión aparente por el momento, frente a nuestras grandes brechas políticas, será esa, nuestro problema no proviene de la violencia en forma de ojivas, minas, fusiles, secuestros y los catorce métodos de tortura que se han inventado a lo largo de nuestra no reconocida guerra civil; estás son consecuencias.

 Poco o nada se habla de esas pequeñas violencias, las fuerzas primarias, el país del sagrado corazón podrá ser doble moralista y mezquino pero jamás será un lugar de oídos atentos y compasivos, una sociedad  enferma que agoniza por su falta de comunicación, donde se invalida cualquier postura solo porque se piensa escoger mandatarios  como si fueran pretendientes, para luego decir “hemos cumplido con el ejercicio democrático”, pero a la hora de reclamar solo se escuchan vitoreos cargados de improperios y una fuerte demostración de falta de cultura, estética, ética,  pasión profunda, desarrollo artístico, creatividad y nobleza por un sector social históricamente llamado a poseerlo. 

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