Has intentado de todo. Controlar, corregir, ignorar. Has peleado con lo que sientes, con lo que piensas, con lo que te pasa. Y nada cambia. Quizás porque nunca se trató de cambiar.
Nos han dicho que la aceptación es el primer paso para la transformación, que, si aceptamos algo, luego podremos mejorarlo. Pero, ¿y si aceptar no fuera un medio para algo más? ¿Y si aceptar fuera el fin en sí mismo?
La mayoría de nosotros acepta con condiciones. «Voy a aceptar mi situación… hasta que pueda cambiarla.» «Voy a aceptar a esta persona… pero ojalá un día se dé cuenta de su error.» Nos contamos que estamos aceptando, pero en realidad estamos esperando. Resistiendo.
Aceptar no es una estrategia para que las cosas sean distintas. No es un truco psicológico para sentirnos mejor. Es un acto radical de rendición. No de derrota, sino de soltar la guerra interna contra la realidad.
A veces creemos que hemos aceptado algo, pero seguimos en lucha. Decimos: «Está bien, lo acepto», pero por dentro aún lo rechazamos. La mente sigue dándole vueltas, el cuerpo sigue tenso. Aceptar no es decir palabras bonitas ni tratar de convencernos. Es reconocer sin filtros lo que es. Sin tratar de modificarlo, sin buscarle una lección, sin maquillarlo con frases optimistas.
Cuando realmente aceptamos, algo cambia en el cuerpo. Se aflojan los hombros. Se suelta la respiración. Se siente menos peso. El rechazo a lo que es no es solo mental, es físico. Se siente en la mandíbula apretada, en la respiración contenida, en el insomnio.
Pero prueba esto: elige algo que estés rechazando en este momento. En lugar de querer cambiarlo, solo obsérvalo. Siente dónde se refleja en tu cuerpo. ¿Es un nudo en el estómago? ¿Un dolor en el pecho? No lo analices. No lo juzgues. Solo respira y dile internamente: «Te acepto.» La resistencia pesa. La aceptación es liviana.
Uno de los mayores miedos al aceptar algo es pensar que eso significa conformarse. Que, si acepto mi realidad, me quedaré estancado. Pero la verdad es otra. La resistencia nos deja atrapados en el problema. La aceptación nos libera para actuar desde la paz, no desde la desesperación.
Aceptar no significa que todo nos guste. Significa que dejamos de pelear con lo que no podemos cambiar en este momento. Y en ese instante, paradójicamente, todo empieza a transformarse sin esfuerzo.
Hoy te invito a hacer un experimento: elige algo que te genere resistencia y, por un día, en vez de luchar contra ello, simplemente acéptalo. Sin condiciones. Sin expectativas. Solo acéptalo. Mira qué pasa en tu cuerpo. En tu mente. En tu día.
Quizás descubras que la verdadera transformación llega no cuando intentamos cambiar las cosas, sino cuando dejamos de resistirnos a ellas. Quizás la paz que tanto buscamos no está en arreglar el mundo, sino en reconciliarnos con él. Aceptar para aceptar. Solo eso. ¿Te atreves?
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