Durante años, China impulsó una de las campañas de reforestación más ambiciosas del planeta para combatir la desertificación, reducir la erosión del suelo y mejorar la calidad ambiental. El resultado fue tan visible que amplias zonas áridas se transformaron en extensiones verdes perceptibles incluso desde imágenes satelitales. Sin embargo, investigaciones recientes revelan que este éxito ambiental también ha generado un nuevo desafío: una alteración significativa del ciclo del agua.

Datos obtenidos mediante observación satelital y análisis publicados en Earth’s Future muestran que los bosques jóvenes plantados en grandes extensiones consumen más agua de lo previsto, sobre todo durante sus etapas de crecimiento acelerado. Este aumento en la demanda hídrica ha provocado impactos regionales, como la presión sobre acuíferos y la disminución de reservas subterráneas, especialmente en el norte del país.

Los científicos aclaran que la reforestación no es un error en sí misma. De hecho, ha contribuido a frenar la expansión de los desiertos y a mejorar la calidad del aire. El problema surge cuando los árboles se establecen en zonas naturalmente secas, donde el consumo de agua supera la capacidad de recarga de los suelos y acuíferos, afectando ríos, áreas agrícolas y recursos hídricos disponibles.

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Getty images – decenas de personas plantando arboles en Rizhao, Shandong China.

El caso chino pone en evidencia que plantar árboles no siempre significa recuperar agua. Factores como la selección de especies, la densidad de plantación y la adaptación al clima local resultan determinantes. En varias regiones se utilizaron especies exóticas o con altas demandas hídricas, lo que desplazó a la vegetación nativa, mejor adaptada a condiciones semiáridas.

Ante este panorama, China no plantea revertir su política forestal, sino ajustarla. Las autoridades y expertos analizan cambios orientados a garantizar la sostenibilidad a largo plazo, como reducir la densidad de árboles, diversificar especies y priorizar plantas autóctonas que requieren menos agua pero mantienen funciones ecológicas similares.

El país asume ahora que su experiencia se ha convertido en un experimento a escala continental, observado de cerca por otras naciones que planean proyectos de restauración masiva. Iniciativas como la Gran Muralla Verde en África o programas de recuperación en América Latina encuentran en China una lección clara: la reforestación debe ir acompañada de planificación hidrológica y respaldo científico.

Nuevos modelos que integran hidrología, biología vegetal y meteorología buscan anticipar cómo los grandes bosques influyen en la evapotranspiración, las lluvias y los acuíferos. La experiencia china demuestra que restaurar ecosistemas es posible, pero exige equilibrio, seguimiento constante y decisiones basadas en evidencia. Plantar árboles es solo el primer paso; asegurar que puedan convivir con el agua disponible es el verdadero reto.

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