Es evidente, y lo decimos con la firmeza que nace del amor por nuestra patria: nuestro primer imperativo es derrotar el modelo antidemocrático que Gustavo Petro ha intentado imponer. Su gobierno ha encendido alarmas autocráticas que ningún demócrata puede ignorar. Ha desafiado abiertamente los poderes públicos, tildando a jueces de “jefes de la oposición” solo por cumplir con su deber de defender la Constitución y declarar inconstitucionales o ilegales las decisiones ejecutivas que la vulneran. Ha menospreciado al Congreso proponiendo consultas populares manipuladas como sustituto de un Legislativo soberano. Y sus ataques groseros y estigmatizantes contra los líderes de la oposición no son meras excentricidades: son señales claras de un afán por acumular poderes que van más allá de lo que una elección democrática permite.
Sin embargo, Colombia es más grande que estos excesos. Somos una nación resiliente, capaz de corregir el rumbo con la fuerza de nuestra democracia. Por eso debemos ganar estas elecciones, no solo contra Petro, sino contra su posible heredero: Iván Cepeda, un senador responsable de la fracasada “paz total”, y artífice de una política que ha beneficiado a cabecillas de grupos ilegales y narcoterroristas en detrimento de la seguridad de los ciudadanos.
Colombia no puede seguir atrapada en la noción obsoleta de una “violencia política” o de rogarle a los criminales para obtener la paz. Nada justifica concesiones a los violentos. Solo aplicar la ley sin titubeos y aislar a la delincuencia, permitirá que los ciudadanos vivan en libertad y seguridad.
Imaginen un país donde la justicia no sea un lujo, sino una certeza cotidiana. Esa es la Colombia que merecemos construir, y lo haremos.
Estas dos batallas —derrotar el autoritarismo y rechazar la complacencia con la violencia— se suman a una verdad ineludible: un segundo mandato con estas ínfulas autocráticas arrasaría con nuestras instituciones, dejando a Colombia vulnerable y dividida. Por eso, con esperanza inquebrantable, llamo a una coalición amplia, sin exclusiones.
Colombia necesita hoy, más que nunca, defender su democracia. No permitamos que vanidades personales o diferencias ideológicas eclipsen nuestro compromiso supremo con la libertad y el Estado de derecho. Somos demócratas porque creemos en el poder del pueblo, no en el de unos pocos.
Por eso, sí, creo firmemente en la posibilidad de unirnos: una gran coalición de todos los demócratas que han resistido el embate petrista, para convocar una consulta popular que elija al candidato de todos. No es un sueño utópico, sino un plan concreto y audaz. Sueño —y trabajaré incansablemente por ello— con un gobierno integrado por estas fuerzas diversas, enfocado en resultados transformadores.
Colombia se está envejeciendo antes de enriquecerse, y nos quedan apenas 25 o 30 años para cambiar esa historia. Ese debe ser nuestro propósito común: abrir de par en par las puertas a las dos revoluciones que nos tocaron en este punto. Primero, convertirnos en una potencia energética, aprovechando nuestros recursos con visión sostenible y equitativa. Segundo, impulsar a nuestros jóvenes y niños hacia la era de la automatización y la inteligencia artificial, equipándolos con educación de vanguardia para que lideren el futuro, no lo sigan a remolque.
Estoy convencida: entre tantos candidatos talentosos y comprometidos, la unidad no es una opción, sino nuestra mayor fortaleza. Juntos, en favor de la democracia y un proyecto ambicioso para sacar a Colombia adelante, ganaremos en primera vuelta. Este es el momento de la esperanza activa. Colombia no solo lo necesita: Colombia lo merece. Y lo lograremos, porque somos un pueblo indomable, listo para renacer.

