El mundo político estadounidense despide a Dick Cheney, quien falleció a los 84 años por complicaciones derivadas de una neumonía y problemas cardiovasculares, según confirmó su familia en un comunicado. Considerado una de las figuras más influyentes y controvertidas de la política de Estados Unidos, Cheney fue vicepresidente durante el gobierno de George W. Bush y arquitecto clave de la llamada guerra contra el terrorismo que definió la política exterior estadounidense tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Su muerte deja un legado tan imponente como divisivo, marcado por decisiones que reconfiguraron la seguridad nacional, la política energética y el papel global del país.
A lo largo de más de cuatro décadas, Cheney ocupó posiciones centrales en la estructura del poder estadounidense. Fue jefe de gabinete de la Casa Blanca durante la presidencia de Gerald Ford, congresista por Wyoming durante diez años y secretario de Defensa en la administración de George H. W. Bush. Desde ese cargo dirigió la operación Tormenta del Desierto en 1991, que expulsó al ejército iraquí de Kuwait y consolidó su reputación como estratega pragmático y decidido.
El arquitecto de la “guerra contra el terrorismo”
Tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, Cheney se convirtió en la figura más influyente dentro de la administración Bush. Fue el principal impulsor de la invasión de Afganistán y, posteriormente, de la guerra en Irak en 2003, bajo el argumento de que el régimen de Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva. Esa decisión, que marcó un punto de inflexión en la historia contemporánea, terminó siendo duramente cuestionada al no hallarse pruebas de tales armas.
Cheney defendió sin titubeos el uso de técnicas de interrogatorio intensivo y la detención indefinida de sospechosos en la prisión de Guantánamo, medidas que justificaba como esenciales para la seguridad nacional. Estas políticas, vistas por muchos como violaciones a los derechos humanos, lo convirtieron en un símbolo de la dureza de la guerra contra el terrorismo y en uno de los políticos más polarizantes de su generación.
Una carrera marcada por el poder y la controversia
Antes de llegar a la vicepresidencia, Cheney había construido una trayectoria política de gran influencia en Washington. Fue director ejecutivo de Halliburton, una de las mayores corporaciones energéticas del mundo, entre 1995 y 2000. Durante su gestión, la compañía obtuvo millonarios contratos con el gobierno estadounidense, lo que más tarde generó críticas por posibles conflictos de interés durante la invasión de Irak, cuando Halliburton fue beneficiaria de extensos contratos de reconstrucción.
Su visión del poder ejecutivo fue ampliamente documentada: defendía una presidencia fuerte, con amplias facultades en materia de defensa y seguridad. “El presidente debe tener libertad para actuar sin restricciones cuando se trata de proteger al país”, llegó a afirmar en entrevistas posteriores a su retiro. Esa doctrina moldeó el marco legal y político con el que Estados Unidos enfrentó el terrorismo internacional durante dos décadas.
A pesar de las críticas, sus aliados lo describen como un patriota inquebrantable y un estratega que priorizó la seguridad del país por encima de la popularidad. George W. Bush lo recordó como “un servidor público excepcional cuyo consejo fue esencial en los días más oscuros tras el 11 de septiembre”.
El legado de un estratega que cambió la historia
Tras dejar la vicepresidencia en 2009, Cheney se convirtió en un referente ideológico del ala conservadora del Partido Republicano. Su influencia persistió, especialmente a través de su hija, Liz Cheney, quien se destacó en el Congreso por su oposición a Donald Trump y su defensa de la democracia estadounidense.
Cheney publicó sus memorias, In My Time, en 2011, donde reivindicó sus decisiones y reconoció sin remordimiento su papel en las guerras de Irak y Afganistán. A pesar de los problemas cardíacos que enfrentó durante décadas —llegó a recibir un trasplante de corazón en 2012—, continuó siendo una voz activa en los debates sobre política exterior y defensa nacional.
Con su muerte, desaparece uno de los últimos exponentes de una generación de políticos que creía en el poder estadounidense como garante del orden mundial. Amado y detestado a partes iguales, Dick Cheney deja tras de sí una huella indeleble en la historia moderna de Estados Unidos, una que seguirá alimentando debates sobre los límites del poder y las consecuencias de las guerras.

