En Libia, una reciente decisión religiosa ha provocado una intensa controversia entre autoridades religiosas, científicos y defensores del medio ambiente. Una fatua autorizó el sacrificio de cuervos por considerarlos aves perjudiciales, lo que despertó preocupación por las consecuencias ecológicas en la región de Montaña Verde, uno de los ecosistemas más diversos del país.

El decreto fue emitido por Ahmad al Dalansi, funcionario del Gobierno de Salvación Nacional, quien argumentó que los cuervos destruyen cultivos y propagan enfermedades. Con base en esa interpretación, los declaró animales dañinos cuya eliminación estaría permitida según la ley islámica.

No obstante, especialistas en ecología sostienen que la medida responde más a causas humanas que naturales. Los ambientalistas libios advierten que el incremento de la población de cuervos se debe principalmente a la gestión inadecuada de residuos y a la pérdida de bosques. Los vertederos al aire libre y la expansión urbana han modificado el equilibrio ambiental, creando un hábitat ideal para estas aves carroñeras.

La zona de Montaña Verde, epicentro del debate, es considerada un refugio de biodiversidad en el norte del país. Aunque ocupa menos del 1% del territorio libio, concentra entre el 70% y el 80% de la flora del país, con más de 1.300 especies de plantas y numerosas especies de aves, mamíferos y reptiles.

Dos especies de tortugas terrestres habitan la zona: la tortuga egipcia (Testudo kleinmanni), la más pequeña del hemisferio norte y considerada en peligro crítico por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza; y la tortuga griega, catalogada como vulnerable, que ayuda a mantener la cubierta vegetal al esparcir semillas.

Según testimonios recabados en el terreno, los cuervos han atacado a ejemplares juveniles de ambas especies: toman tortugas pequeñas, las elevan y las dejan caer para romper el caparazón y alimentarse. Agricultores y guardaparques han encontrado caparazones acumulados —en una ocasión se reportaron alrededor de 100 caparazones, y un inspector medioambiental aseguró haber contado 73 en una inspección reciente—, lo que ha alarmado a conservacionistas.

Los especialistas advierten además que la tortuga egipcia sufre presión adicional por el contrabando hacia países vecinos debido a su rareza. Este fenómeno, sumado a la pérdida de hábitat y a la proliferación de vertederos que atraen a los cuervos, coloca a ambas especies en una situación especialmente vulnerable.

El caso refleja un dilema profundo: cómo equilibrar la autoridad religiosa con las pruebas científicas. Mientras los líderes religiosos defienden su derecho a regular comportamientos desde la fe, los científicos subrayan que las decisiones ambientales deben apoyarse en datos y estudios ecológicos. La tensión entre ambos enfoques no es nueva, pero en este contexto adquiere consecuencias tangibles para la naturaleza.

En las zonas rurales, la población está dividida. Algunos agricultores apoyan la medida por considerar que los cuervos dañan sus cosechas, mientras que otros temen que la desaparición de la especie agrave los problemas agrícolas. “Eliminar una especie clave puede alterar todo el ecosistema”, sostienen los especialistas locales.

El debate en Libia ha trascendido las fronteras. Para muchos, representa el desafío de armonizar el pensamiento tradicional con el conocimiento científico. Más allá de la polémica, la situación plantea la necesidad de integrar ambas visiones en la búsqueda de soluciones sostenibles. La protección del entorno no puede depender solo de dogmas o decretos, sino de una comprensión compartida del equilibrio natural.

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