«Discernir sin juzgar». Ese fue el punto de partida para mi, y quizás también para ti. Y con esta mirada, he comprendido que esos momentos de caos, de pausa o de incertidumbre no son errores que debemos lamentar. No. Son procesos inevitables de la vida, regalos a veces incómodos que nos empujan hacia adentro para transformarnos.
Es fácil vivir cuando todo fluye, cuando las relaciones son un camino de rosas, cuando los proyectos prosperan. Pero, ¿qué pasa cuando la tormenta llega y el barco se agita sin control? La verdadera prueba de lo que somos no es cuán bien navegamos la calma, sino cómo nos comportamos en medio de la tempestad.
Nos enseñaron a buscar siempre la estabilidad y la línea recta. Por eso, cuando el camino se quiebra —cuando perdemos un trabajo, un amor o simplemente no sabemos qué dirección tomar—, tendemos a vernos como un fracaso. A sentir que algo hicimos mal.
Pero esa es una narrativa que nos limita. El caos no es un castigo, es un maestro. Es el vacío que la vida crea para que algo nuevo, más auténtico, pueda nacer. La pausa nos obliga a detenernos, a mirar adentro y a confrontar lo que realmente somos.
La incertidumbre nos despoja de las falsas seguridades que creamos y nos fuerza a construir una base más sólida, una que nace desde nuestro interior y no desde las circunstancias externas.
Este camino no se trata de buscar la tormenta, sino de recibirla cuando llega. Cuando logramos aceptar y abrazar el caos, en lugar de resistirnos, descubrimos que es el terreno más fértil para el crecimiento. Es en esos momentos de aparente destrucción cuando el ser se reconstruye, se vuelve más fuerte y más sabio. Es ahí donde nace la versión más genuina de nosotros mismos.
La próxima semana, te invito a explorar juntos por qué observar sin juicio es el primer y más valiente paso en este camino de transformación.
CLAUDIA ESPERANZA CASTAÑO MONTOYA
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