Recientemente, el senador Ariel Ávila del partido Verde hizo un balance en sus populares podcasts de Youtube respecto a la elección del doctor Camargo como magistrado de la Corte Constitucional (1), y entre las principales líneas de su argumento hubo una que me llamó mucho la atención y que corresponde también a un problema que las ciencias sociales suele trabajar: la tensión entre la tradición y el cambio, pues a juicio de Ávila, aunque en la arena de lo público el debate se ha orientado hacia el peso que tiene el Ejecutivo en la elección de magistrados, aquí se trató de un asunto de defensa del orden social y sus valores.
Tradicionalmente, las cortes han sido consideradas escenarios blindados ante el avasallante poder del Gobierno, pero la elección de magistrados es paradójica ya que no se hace por méritos sino por votación del Congreso de la República dejando claro que el elegido o elegida, sin entrar en pormenores sobre las facultades y capacidades, representa una tendencia política, es el resultado de una alianza o incluso, la corriente del gobierno. Justamente, esta aseveración fue central en la elección del doctor Camargo, pues para la oposición, la candidata vallecaucana era la ficha del petrismo. No obstante, más allá de si la doctora Balanta fuera la ficha del presidente Petro, el asunto en juego es que hoy Colombia, como otras partes del mundo, asiste a un choque de valores sociales y no precisamente uno de tipo administrativo.
Nuestro país venía acostumbrado a la tensión natural de la política entre gobierno y oposición, pero se trataba de problemas administrativos, es decir, de cómo orientar el Estado hacia el alcance de los propósitos instituidos en la Constitución Política. Por ello, liberales y conservadores podían ubicarse en espectros distintos, aunque coincidían como clase. La Colombia de aquellos años, esa del siglo XX y parte del XXI porque en el XIX también se vivió algo parecido a lo de hoy, logró encaminarse hacia un orden funcional a dichas élites y capaz de negociar con paciencia hasta con la oposición armada; de allí que tuviéramos acuerdos de paz y se reconociera el conflicto armado.
Sin embargo, el ascenso de Gustavo Petro ha significado un remezón en la institucionalidad no solo porque sus iniciativas causan polémica en la arena nacional e internacional, sino porque ha sido un gobierno que cambió las caras de la representación, es decir, le abrió la puerta a nuevos rostros de distintos colores, tamaños y formas, le permitió a grupos históricamente reprimidos tener un lugar en la política y hacer política, y sin temor alguno ha liderado la agenda mediática como nunca antes se había vivido en el país.
La denuncia abierta a los organismos multilaterales en relación con Gaza, la falta de diplomacia en las relaciones internacionales, el discurso antiimperialista norteamericano que no veíamos desde mediados del siglo XX, la demanda por un mundo descarbonizado, entre otras, han hecho de este gobierno un primer paso en el distanciamiento con la tradición. Así las cosas, la pregunta es ¿Qué tipo de sociedad comienza a construirse? Sin duda, el problema no es administrativo porque las cifras macroeconómicas nos dicen que todo va bien, aunque como en cualquier gobierno hay campos que no logran salir avante, de allí que sea importante reflexionar sobre ese orden que emerge y que no está dominado por los valores que reclamó la sociedad que se precia del monopolio de la tradición. El amor, las parejas, la relación entre las personas y las cosas, el medio ambiente, la riqueza, la dignidad humana, etc., son las categorías que nos distinguen entre quienes defienden el orden socialmente establecido y quienes buscan un nuevo sistema de pesos y contrapesos, es decir, de valores sociales; y es justamente alrededor de esto que el gobierno Petro podría representar un tipo de semilla para un nuevo orden.
Notas:
- Cómo se dio y lo que deja la elección de Carlos Camargo como magistrado de la Corte Constitucional, en: https://www.youtube.com/watch?v=iPPR5fk8GHE

