La barbería no es un juego. No es una moda pasajera. No es abrir un local, comprar una máquina y colgar un letrero. La barbería es cultura, arte, disciplina y respeto.
Nuestro gremio está en riesgo. Quienes improvisan, nos roban el oficio, lo reducen a una parodia: personas que, sin preparación ni ética, atienden a clientes como si fueran objetos de prueba. Sin conocer los principios básicos de higiene y servicio, muchos llegan al oficio sin disciplina, mezclando la barbería con alcohol o sustancias, trabajando sin enfoque, improvisando y dejando la silla y la mesa como un antro; y aun así, se presentan como barberos. Lo peor es que sus errores nos salpican a todos. Cada cliente inconforme no dice “me atendió un inexperto”, dice “este barbero no sabe recortar”. Esa frase y esas acciones injustificadas recaen sobre quienes llevamos años estudiando, practicando y defendiendo esta profesión.
La barbería no se improvisa. Requiere estudio, paciencia y un respeto absoluto por la persona que se sienta en la silla. No basta con copiar un corte de moda visto en redes sociales; se necesita conocimiento de técnica, estilos e higiene. Un corte mal hecho se puede arreglar, pero una infección por falta de asepsia puede marcar a un cliente para siempre.
Cuando un improvisador falla, no solo pierde él: perdemos todos. Perdemos la credibilidad, la confianza y la esencia de un oficio que ha sido refugio, tradición y orgullo de nuestras comunidades.
La barbería es mucho más que estética: es un espacio donde se conversa, se construye confianza y se dignifica a las personas. Un cliente que se sienta en la silla espera más que un corte: espera respeto, limpieza y atención; esas expectativas solo las puede cumplir un profesional formado con disciplina y amor por su trabajo.
Hoy alzo la voz porque la barbería no merece ser tratada como un pasatiempo: es un arte que se estudia, se respeta y se defiende. Si no cuidamos este oficio, lo perderemos en manos de los mediocres, y yo no pienso quedarme callado.