La víspera de la muerte de Miguel Uribe publiqué un artículo, No hay muerto malo, en este mismo medio, el cual, para mi sorpresa, desató una oleada de desavenencias en mi contra y la de mi opinión en Instagram, muy entendibles todas por lo que acababa de ocurrir: el senador de marras se debatía entre la vida y la muerte.
Más allá de las ideas que pude expresar y que ofendieron a la amable audiencia, decía que el asesinato de Uribe era un aporte a una campaña donde la coyuntura iba a permitir que se utilizara, de la manera más mezquina el hecho para impulsar las candidaturas del Centro Democrático y en general de la derecha. Visto lo visto, considero que no me equivoco, entre la viuda y el papá del occiso en su momento se consideraron opciones y fue Miguel Uribe Sr. quien detentó el legado muy probablemente hasta ayer.
También mencioné que esto daba para posicionar nuevamente el discurso de la seguridad, sobre todo la tesis de la confrontación directa frente a los actores del conflicto, no digamos combatir las causas estructurales que generan la violencia, creería que frente a esto tampoco me equivocaba porque el menú del día es cómo poner orden en casa.
Finalmente, lo más triste del asunto fue el manoseo político y mediático, visitas a la tumba, romerías, actos protocolarios, publicación póstuma y toda una campaña a nombre de Miguel, pobre Miguel, su legado, su hijo, el futuro que prometía tener y demás expolios que hoy por hoy no son sino una vergüenza a su memoria.
La campaña en nombre de Miguel Uribe, desde el principio, tuvo fecha de caducidad, porque ya cumplió su cometido; en su momento fue la antorcha que encendió la ira, intentó sostener la idea de que era un crimen de Estado y que el presidente en particular, pero la izquierda y alternatividad en general eran culpables y debían salir del poder en consecuencia.
Pero ahora el panorama es otro, con los resultados de Invamer a cuestas don Miguel Uribe no cuenta en la ecuación, no hace parte de la estrategia que intentan cocinar a la desesperada para ver cuál es el mesías que salga de la derecha para hacerle contrapeso. Pinzón no será porque no tiene reconocimiento ni carisma ni ideas ni nada que pueda capitalizarle apoyos electorales, Cabal y Paloma tampoco, porque básicamente son mujeres y en el Centro Democrático, históricamente, las mujeres han sido relegadas a segundonas o mandaderas, no como figuras presidenciables, cosas de «buenos muchachos».
Las apuestas ahora van por Abelardo, un tigre sin dientes que intenta pescar en río revuelto ya sea dinero o votos y que no demora en dar su sorpresa, porque no le responde a nadie políticamente hablando, llegó ahí por su imagen y su discurso (o precisamente la ausencia de éste); mientras tanto, para la familia Uribe su devenir es incierto porque como dice el dicho: el muerto al hoyo y el vivo al baile electoral.

