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Credit: Christian Orrego

Hace 25 años, el país se estremeció ante la noticia del asesinato de Jaime Garzón, un periodista, humorista y activista que, con su aguda crítica y sentido del humor mordaz, expuso las verdades más incómodas de la sociedad colombiana. Garzón no era solo un humorista; era una voz que retumbaba en los oídos de los poderosos y resonaba en los corazones de aquellos que anhelaban un cambio verdadero. Su asesinato fue un golpe no solo para su familia y amigos, sino para todo un país que veía en él una esperanza, una posibilidad de reír y reflexionar en medio de una realidad sombría.

El asesinato de Jaime Garzón no es un hecho aislado en nuestra historia. Colombia ha sido testigo de la muerte de innumerables líderes sociales, defensores de derechos humanos, y transformadores sociales que han pagado con su vida el precio de levantar su voz en contra de la injusticia. Estos actos de violencia no solo arrebatan vidas, sino que también intentan sofocar el espíritu de cambio, el deseo de un país más justo y equitativo. Es un patrón que se ha repetido una y otra vez, una herida que, aunque cicatriza superficialmente, sigue supurando en el corazón de nuestra sociedad.

Sin embargo, aunque cada pérdida nos llena de dolor y rabia, también es necesario comprender que nuestra historia y nuestra identidad como nación están marcadas por estos eventos. Para entender quiénes somos hoy como colombianos, es inevitable mirar al pasado, un pasado manchado por la sangre de aquellos que han luchado por un país mejor. Cada líder asesinado, cada voz silenciada, ha dejado una marca indeleble en nuestra sociedad, una marca que nos recuerda la importancia de la resistencia, del valor y del compromiso con la justicia.

El asesinato de Jaime Garzón es un recordatorio doloroso de que la lucha por un mejor país no es fácil ni segura, pero también es un llamado a no rendirse. Su legado sigue vivo en aquellos que continúan luchando por la verdad, la justicia y la paz en Colombia. Es una invitación a seguir soñando con un país donde no se mate a quienes piensan diferente, a quienes se atreven a cuestionar, a quienes, como Garzón, usan el poder de la palabra para construir y no para destruir.

En última instancia, es fundamental reconocer que la violencia no puede ser la respuesta a los problemas de nuestra sociedad. La paz, la justicia y la igualdad no se logran silenciando a los valientes, sino dándoles el espacio para que sus ideas florezcan. Hoy, más que nunca, debemos honrar la memoria de Jaime Garzón y de todos los líderes sociales asesinados, no solo recordando sus vidas y su legado, sino también trabajando para construir el país por el que ellos tanto lucharon.

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