Han pasado unas semanas desde el reality show en que se convirtió la Reforma Laboral y lo que se está viendo es una serie de noticas camufladas entre tantas otras donde se habla de despidos masivos en diferentes empresas porque es o va a ser insostenible el mantenimiento de los puestos de trabajo, algo que me suena más a castigo que a verdad, pero eso no importa, parto del principio de buena fe para escribir los siguientes párrafos.

Lo que está pasando hoy con el empresariado es consecuencia de lo que no ha pasado ayer; por ejemplo, que Colombia en pleno siglo XXI aún no haya podido consolidar un mercado interno real; esto es, que si una empresa produce mil velas, pueda vender mil velas y no tenga que limitarse a las 300 que le compran aquí o que se vea obligada a vender las otras 700 por fuera del país, ya que esto impide que se fortalezca su capital y le sea difícil competir en otros mercados.

Por otro lado, y aprovechando que ya no nos tendremos que leer La vorágine porque van a dar la serie, en muchos sectores sigue funcionando la Casa Arana, solo que con menos látigo. Empresas cuyo sustento no radica la competitividad de sus productos o servicios sino en el abaratamiento de los costos de producción vía materia prima, pero sobre todo vía mano de obra. De otra forma uno no puede explicarse que tanta empresa nacional se queje por las condiciones laborales mientras multinacionales hacen fila para entrar al país y montar sus plantas de producción.

La otra cosa es que seguimos siendo una despensa de materias primas con poco interés por generar valor agregado en los productos. Mucha fruta, pero poca compota, no sé si me entienden, y si a esto le sumamos la visión cortoplacista del mercado, nos encontramos que permanentemente se fundan y tumban empresas porque no se obtiene lo que se esperaba en cuestión de meses, como si Roma se hubiera construido en un día.

Así las cosas, es fácil entender por qué está tan preocupado el empresariado colombiano; quieren ser un país de primera en materia de economía, pero cuando les explican que pertenecer a la OCDE, en la que nos metió el bienamado Santos, viene con una serie de responsabilidades fiscales y laborales, bajan las rejas y llaman a Recursos Humanos para mirar de cuántos trabajadores pueden prescindir para que la producción siga siendo sostenible.

Yo de economía no sé, pero sí me tocó leer algunas cosas de historia para graduarme, de allí la lectura que hago en estas líneas: el temor de los empresarios y sector productivo es a consecuencia de su incapacidad para estar a la altura de las circunstancias del mercado global y de un Estado que optó este cuatrienio por enfocar la garantía de los derechos laborales por encima del cuidado de uno de los tres huevitos de Uribe; es decir, primar los derechos del trabajador por encima de los del patrón.

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