En tipografía, cuando se habla de la serifa, gracia, remate o patín, se hace referencia a unas línea, casi siempre pequeñas y sutiles que, más que adornar, adoban las letras, ciertos tipos de letras, lo que le confiere a éstas estilo, distinción y elegancia, pero también ayudan a facilitar la lectura, ya que el ojo identifica con mayor precisión cada letra y a su vez cada palabra, pero no voy a agotar las letras de este artículo hablando de la serifa per se, sino de un taller de escritura del mismo nombre con la intención de que tenga algo de la gracia sutil de esos remates y confieran elegancia al material que pueda salir de ese ejercicio.

Los talleres de escritura, como cualquier taller, sea automotriz o de costura, son espacios para el hacer, o al menos ese es su objetivo primario. La escritura necesita de herramientas y condiciones para perfeccionar un arte siempre inacabado, necesita de silencio también, pero solo después de escuchar el ruido de la vida y los propios pensamientos, solo después de escuchar la voz del lector, solo después de escuchar la voz de la existencia, y aunque este arte se puede pulir en la soledad del escritorio personal, no está de más pasar una temporada por un taller con más escritores para leerse crítica y constructivamente entre sí, compartir las preocupaciones y sumergirse en el camino a veces tenebroso que nos marca una hoja en blanco.

Una de mis experiencias más gratas fue precisamente en un taller de escritura en manos de Julio César Londoño, un señor que escribe muy bien, pero sobre todo piensa muy mal. De ahí su gracia y tino para las columnas de opinión y cuentos. Ahí pude conocer un poco más del cuento y la crónica, cómo funciona, cómo se constituye, cuál es el duende que envuelve estos géneros para que, finalmente, salgan maravillas como «El regalo de los reyes magos» de O. Henry, «Parábola del trueque» de Arreola y otros más, respetar a autores que me eran tan indiferentes como Rulfo y reconocer que, en efecto e indefectiblemente, la poesía está en todo, porque incluso hubo espacio para la apreciación poética. Difícilmente un taller de escritura nos hace mejores escritores, pero con facilidad nos convierte en excelentes lectores y eso en sí mismo constituye el capital inicial para iniciarse en el mundo de la escritura.

Todo esto lo digo porque mi intención, sobre todo, no es generar un espacio más que necesario para cualquier ciudad para que ebulla la literatura de manera más o menos formal. Tampoco para formar una falange de escritures, un movimiento literario o una generación paradigmática ni mucho menos, esas son cuestiones más políticas que literarias; en esta ocasión mis aspiraciones son más peregrinas, me he dado a la tarea de crear un taller de escritura para consolidar un espacio entre amigos que coincidan en una cosa: el amor por la lectura y la escritura. Lo demás, que llegue por añadidura.

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