Hace unos días dejé un trabajo de aula pretendiendo que los y las estudiantes reflexionaran sobre los desafíos de la globalización. Esta actividad no solo se pensó con el ánimo de profundizar en el tema apoyándose en las lecturas de clase, sino que debían articular los otros materiales recomendados (podcast y literatura) y la discusión que tuvimos durante la sesión, la cual había versado sobre dos narrativas yuxtapuestas: la neoliberal, en la que la sociedad no existe y más bien reina el individuo haciéndose responsable de su futuro, y la socialdemócrata que aboga por el reconocimiento de las limitaciones del capitalismo a la hora de permitir el alcance pleno del bienestar, por lo que se necesita del Estado para atender aquellos problemas que el mercado no satisface.

El propósito era que el grupo comprendiera los alcances de ambas teorías y los riesgos de aceptar algo sin crítica, es decir, sin tomarnos la tarea de comprender que un sistema económico no necesariamente llega con las mismas ventajas a todos los participantes. La discusión no era simple al tratarse de un salón con estudiantes de Trabajo Social de 4 semestre, pues como componente central, la disciplina tiene la obligación de ser más que un operador del sistema; no obstante, para mi sorpresa, las respuestas del ejercicio distaban de dicho asunto ya que, a juicio de ellas, el aumento de la migración, el incremento de la desigualdad, el deterioro en la calidad de vida y el desequilibrio ambiental que afecta significativamente a grandes grupos poblacionales, en especial a los del sur global -que no es solo geográficamente sino más bien el conglomerado de territorios que no dictan los patrones de desarrollo mundial-, se podría intervenir -y cito sus respuestas- “creando programas (no se sabe cuáles) en comunidades afectadas” con el propósito de “buscar la participación, colaboración y apoyo mutuo” pues así se lograría “llegar a lugares que no tienen la posibilidad de acceder a la educación, la salud y recursos básicos, para construir alternativas sostenibles” pues de esta manera – y aquí la joya – “estas comunidades marginadas logran superar esas barreras y logran fortalecer la resiliencia, pero de una manera colectiva donde todos logren trabajar por un bienestar común”.

De antemano, esta respuesta, que pareciera ser más producto de la ingenuidad que de la comprensión de la literatura especializada, me llevó a reflexionar sobre los alcances que ha tenido el discurso neoliberal. Y es que, sin el ánimo de entrar en pormenores teóricos, es un hecho que los valores promovidos por este sistema han encontrado altoparlantes en escenarios cotidianos que inducen el olvido o desconocimiento del análisis estructural, es decir, la necesidad de aprender a diferenciar entre lo que corresponde al individuo y lo que es materia del Estado e incluso de la sociedad, así se quiera anular. Así las cosas, situaciones como las antes descritas (pobreza, desigualdad, marginalidad), que no son resultado de la decisión individual, sino que se derivan de las relaciones de producción capitalista, no pueden ser atendidas por el individuo y más bien deben ser un problema del Estado, que desde la perspectiva institucional colombiana adscrita constitucionalmente a los valores de la socialdemocracia, exigen que todos y todas reconozcamos las ventajas de la corresponsabilidad y la cooperación, pero también, de la obligación estatal de intervenir en aquellos escenarios en los que el mercado no lo hará.

Otro aspecto para resaltar es que, al tratarse de población joven, no me sorprende que los discursos del empoderamiento, autonomía, individualismo y otros tantos que derivan en el popularizado lema, “el pobre es pobre porque quiere”, persistan más allá de comprender cómo funciona el Estado y el mercado. Es por ello por lo que hago un llamado a la reflexión, especialmente en los escenarios de aula en los que nos la tenemos que ver con futuros profesionales que irán a campo a operacionalizar las políticas públicas, pues no sería extraño que persistan prejuicios que se desvirtúan con cualquier informe socioeconómico.

El reto no es menor, ya que asistimos a un escenario en el que los discursos más ruidosos acuden a eventos cotidianos difuminados y exacerbados en redes sociales, para vender miedo y al mismo tiempo, alternativas inmediatistas que pretenden resolver los problemas estructurales con medidas punitivas o en su defecto, cargando a los individuos con la responsabilidad de su futuro, así éstos no puedan escoger con qué herramientas enfrentarse a la desigualdad, la exclusión y el empobrecimiento al que son sometidos diariamente. 

Por ello, solo el pensamiento crítico nos servirá para aprender a diferenciar entre lo que corresponde a la persona, de lo que es materia del Estado. Es justamente cultivando nuestro intelecto a partir de la constante actualización informativa, de la lectura atenta y juiciosa, del diálogo con otros y otras colegas y especialistas en nuestras áreas y de otras disciplinas, que vamos alimentando nuestro ojo profesional con el fin de no caer en los cantos de sirenas, muchos de ellos capaces de presentar soluciones a los problemas sociales restringiendo e incluso eliminando los soportes con los que miles de personas podrían alcanzar el anhelado bienestar social. 

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