Nepal ha decidido transformar por completo el acceso al Everest y poner fin a los años de saturación, accidentes y falta de control que habían convertido la montaña más alta del planeta en un símbolo de riesgo creciente. A partir de la temporada 2026, quienes aspiren a alcanzar la cima deberán cumplir una serie de requisitos mucho más exigentes: experiencia previa documentada en una cumbre de al menos 7.000 metros dentro del territorio nepalí, acompañamiento obligatorio de guías locales, certificados médicos nacionales, tarifas más elevadas y regulaciones estrictas sobre el manejo de residuos y la repatriación de cuerpos. Las medidas, adelantadas por National Geographic, buscan reordenar la actividad y poner límites a un flujo de expediciones que en los últimos años dejó cifras alarmantes de muertes, colapsos en zonas críticas y un impacto ambiental cada vez más difícil de contener.

El aumento de la licencia —que pasará de USD 11.000 a USD 15.000 por escalador— es solo la primera señal de una estrategia más amplia. Nepal quiere reducir la presencia de montañistas inexpertos que, atraídos por el prestigio de la cumbre, se lanzan a una aventura para la que no están preparados y que sobrecarga los sistemas de rescate. Las autoridades también buscan fortalecer el papel de los guías locales, obligando a que todas las expediciones sean dirigidas por equipos nepaleses y a que los certificados médicos sean emitidos en centros del país, un intento de reforzar el control estatal y, al mismo tiempo, generar empleo interno. La obligatoriedad de contratar seguros para la repatriación de cuerpos y la incorporación de tasas no reembolsables de gestión de basura apuntan a un problema que lleva años acumulándose: toneladas de desechos, equipos abandonados y el impacto de miles de personas atravesando rutas extremadamente frágiles.

El trasfondo de estas reformas es claro. Desde hace más de una década, la montaña enfrenta temporadas marcadas por largas filas en zonas peligrosas, rescates imposibles, avalanchas, mal de altura y expediciones que colapsan por falta de preparación. Solo en 2023 murieron 18 personas, y en 2024 el número volvió a escalar. Guías veteranos como Lakpa Rita Sherpa han advertido que el Everest se ha convertido en una “montaña de doble riesgo”: por un lado, las condiciones naturales extremas; por el otro, la presencia de escaladores sin la experiencia mínima para moverse en ambientes de altura. Para muchos sherpas, la resistencia a limitar permisos ha estado impulsada por el temor a perder trabajo. Con estas nuevas reglas, Nepal intenta equilibrar la necesidad económica del turismo con la urgencia de mantener la seguridad y proteger el entorno.

Sin embargo, la implementación no será sencilla. El país carga con un historial de normas anunciadas que nunca se cumplieron, ya sea por falta de supervisión, rotación constante de funcionarios o presión de operadores turísticos. A diferencia del lado tibetano —donde China aplica controles rigurosos, exige listas acreditadas de ascensos y prohíbe cualquier desviación—, Nepal se ha caracterizado por la flexibilidad y la dificultad para hacer respetar sus leyes. Por eso, expertos como el alpinista y analista Alan Arnette advierten que la eficacia de los nuevos requisitos dependerá menos de su contenido y más de la voluntad real de fiscalizarlos. Aun así, muchos ven en esta reforma el inicio de un cambio necesario para que la montaña vuelva a ser un destino de alta exigencia, reservado a quienes puedan enfrentarlo sin convertirlo en un riesgo colectivo.

El futuro del Everest está, una vez más, en discusión. Si las restricciones se cumplen, podrían marcar un antes y un después en la manera en que Nepal gestiona su mayor recurso turístico y su símbolo más frágil. Si no, la montaña seguirá enfrentando los mismos problemas que han puesto en peligro tanto a quienes la escalan como al propio entorno que la rodea. Por ahora, el mundo del alpinismo observa con expectativa: la temporada 2026 podría inaugurar una nueva era para la cima del mundo.

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