reencausar el conocimiento mao
Credit: Christian Orrego

En este país nos estamos acostumbrando a lo inaceptable, una persona pide usar un servicio de inodoro en un establecimiento abierto al público y la respuesta no es humanidad, ni sentido común, ni compasión; la respuesta es una tarifa disfrazada de un  “consuma algo”, “pague algo”, “justifique existir” Como si la urgencia del cuerpo fuera un capricho y no una frontera que nadie controla. 

Ese “no ha comprado nada” se ha convertido en una excusa para desentenderse del otro en zonas donde no hay más locales, donde la noche se siente más grande, donde la urgencia no se puede maquillar, la negativa se vuelve una bofetada; porque negar un servicio no es solo cerrar una puerta, es recordarle a alguien que su necesidad tiene precio, que su dignidad está en venta.

La desigualdad también ruge silenciosa, los hombres pueden improvisar, no es digno, no es ideal, pero existe la escapatoria; las mujeres y los niños no, la urgencia femenina es más vulnerable, más expuesta, más castigada por la indiferencia, por eso cuando se niega un lavabo porque “no se ha consumido”, lo que se niega no es un espacio; es la seguridad misma de quienes no pueden resolver en la calle.

Y entonces queda la pregunta incómoda: ¿qué clase de sociedad se construye cuando un servicio de lavabo se convierte en mercancía?, ¿Cómo se puede hablar de civismo, de modernidad, de progreso, si lo más básico del cuerpo se vuelve transacción?

Un negocio no pierde nada por permitir el paso a un servicio  en una urgencia. No se descuadra su economía, no se desordena su operación, lo único que podría perder es la oportunidad de practicar la humanidad que tanto pregona en sus lemas publicitarios.

La ciudad no se mide por sus edificios, sino por cómo trata a quien toca una puerta en un momento de urgencia, si la respuesta es un “pague primero”, entonces lo que está fallando no son los negocios… Es la sociedad entera que decidió olvidar que antes de ser clientes, somos personas.

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