reencausar el conocimiento mao
Credit: Christian Orrego

Tigo se ha convertido en en el mejor ejemplo de cómo una empresa puede pasar de conectar personas, a la desconexión total con sus clientes; porque con Tigo no solo se pierde la señal, se pierde paciencia, confianza y el respeto al usuario

Comunicarse con Tigo es una experiencia tediosa: líneas colapsadas, bots que repiten lo mismo, operadores que prometen soluciones, que nunca llegan y una cadena de excusas tan largas como las horas que uno pasa esperando. Pero lo más indignante ocurre cuando el usuario decide retirarse del servicio, ahí comienza el verdadero calvario.

Tigo no deja ir. Llamar para cancelar un plan es casi pedir una audiencia con el destino; te rebotan de un área a otra, te ponen en espera, te piden grabaciones, te “verifican datos” una y otra vez cortando cada llamada o prometen que “ya queda radicada la solicitud”… ¿Y mientras tanto? Los cobros no paran, las facturas siguen subiendo y el cliente sigue atado a una empresa que se comporta como una cárcel de contratos.

Lo más preocupante no es el fallo técnico, sino la ausencia total de empatía.

Los usuarios no piden milagros, piden respuestas. Pero la empresa parece operar con la filosofía del silencio, cobrar primero, atender después; en tiempos donde la conectividad es esencial como el trabajo, la educación, o una emergencia, fallar en lo básico no es un simple “inconveniente técnico”: es una falta de respeto.

Tigo ha olvidado que un cliente no se retiene a la fuerza. Se retiene con buen servicio, con respeto, solución real; cuando una empresa necesita atrapar al usuario para que no se vaya ya no es un proveedor, es un carcelero digital.

No se trata de rabia, sino de decepción. Porque la gente no pide milagros, pide que le respondan, que le solucionen, que le hablen con humanidad y eso, tristemente, parece haberse perdido.

A veces no se trata de pelear, sino de recordar que merecemos un servicio digno y una atención humana. Que detrás de cada línea hay personas que merecen respuestas y justicia.

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